A lo largo de la historia política e institucional de distintos países del mundo, pensar diferente siempre resultó ser un problema.

El tercer presidente en la historia de los Estados Unidos de América, Thomas Jefferson dijo: “Prefiero prensa sin gobierno que gobierno sin prensa”.

 En la Polonia de finales del siglo XIX como en la Alemania de los primeros años del siglo XX y en una época donde las mujeres no iban a la universidad, Rosa Luxemburgo dijo: “La libertad es siempre libertad para quien piensa diferente”.

En la España del dictador Franco, y en el ámbito de su querida Universidad de Salamanca don Miguel de Unamuno dijo a los falangistas:

“La Universidad es el templo del intelecto y vosotros con vuestra intolerancia estáis profanando un recinto sagrado”.

En la Inglaterra de la postguerra, y en su libro titulado “1984” George Orwell dijo: “Libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”.

También en la historia política e institucional de nuestro país, pensar diferente siempre resultó ser un problema.

Como ciudadano de esta república de estudiantes, celebro los debates que en estos días se suscitaron en torno a los auspicios, a las censuras y a las libertades.

Y los celebro porque se han dado en el ámbito de nuestra Universidad.

Justamente, en la Universidad donde se celebraron las dos últimas reformas constitucionales; la Universidad donde habló Alfredo Palacios y Arturo Jauretche, Rodolfo Puiggrós y Gregorio Selser; Jorge Abelardo Ramos y Silvio Frondizi; Agustín Tosco y Raúl Alfonsín; Conrado Storani y Guillermo Estévez Boero; Antonio Cafiero y Alberto Natale. 

La misma universidad en la que hablaron Aldo Rico y Álvaro Alsogaray; el cura Jaime de Nevares y el socialista Alfredo Bravo. Y está bien que lo hayan hecho. 

Y es la misma Universidad cuyas puertas se abrieron para disfrutar de Astor Piazzolla y el Mono Villegas.

Nuestra Casa de Estudios, siempre ha sido una universidad abierta al pensamiento, la lucidez y el saber. 

Son las únicas exigencias que podemos permitir. 

No hay universidad sin esas condiciones. 

Por eso se ha dicho con gran acierto que, en una universidad libre, lo que importa es la inteligencia. Todo lo demás es censura, despotismo y oscuridad. 

Con el Juez de Brasil Sergio Moro podemos estar o no de acuerdo. Aunque parezca irónico, eso es lo de menos, porque lo que importa es que, en una universidad pública, un juez que dice haber luchado a favor de la justicia, se pueda expresar. 

¿O acaso no es una lucha a favor de la justicia denunciar la corrupción de los gobiernos cualquiera sea el país, cualquiera sea el partido político? 

Ha quedado demostrado que hay sectores de nuestra sociedad que les incomoda mucho hablar de corrupción. ¿Por qué será? Aunque desconozca sus razones las respeto, de la misma forma que quiero que respeten las mías y las de muchos que queremos escuchar y hablar de corrupción.

Recordemos que la misma Constitución Nacional en su artículo 36 habilita a interpretar el texto que establece: “Atentará contra el sistema democrático quien incurre en grave delito doloso contra el Estado que conlleve enriquecimiento”.

Preguntas: ¿Los temores de hablar de corrupción, autorizan la censura de Moro? ¿La corrupción es un tema resuelto en nuestro país? ¿Dónde iremos a parar si censuramos en nombre de una verdad de la que nos creemos titulares absolutos? ¿Cómo puede ser posible que docentes universitarios prediquen la censura?  ¿Tan asustados estamos? ¿Tanto hemos retrocedido?

La censura tiene una larga tradición en nuestro país que, como hemos podido apreciar en estos días, la lucha por la libertad no concluye porque siempre está amenazada. 

Lo dice nuestra historia relativamente reciente. En este país un señor llamado Miguel Paulino Tato censuraba películas, canciones y libros. 

Manuel Mujica Lainez fue descalificado oficialmente por ser homosexual; Alfonsina Storni, por ser madre soltera; Julio Cortázar, por ser de izquierda; algo parecido ocurrió con Manuel Puig y Mario Benedetti. 

Mario Vargas Llosa fue censurado por la dictadura militar por sus libros “La tía Julia y el escribidor” y “Pantaleón y las visitadoras” y luego fue censurado por la izquierda populista de este país, impidiendo su participación en la 37° Feria Internacional del Libro llevada a cabo en Buenos Aires en el año 2011.

Y aún recordamos cuando alguna vez en una facultad de la UBA quisieron atropellar a Jorge Luis Borges.

 Y qué decir de Albert Camus, ese gran luchador por la libertad, que se negó a ser recibido oficialmente en este país, porque no aceptó que su obra de teatro “El malentendido” fuera censurado.

El itinerario del despotismo y la censura lo conocemos trágicamente. La historia lo enseña. Primero censuran una voz, después prohíben un libro, luego lo queman y fatalmente el itinerario concluye con la hoguera y la muerte de quien piensa distinto.

En Argentina alguna vez se quemaron libros en la calle, incluso antes de que los nazis se animaran a hacerlo; y en este país los libros de EUDEBA, los libros del Centro Editor de América Latina y los libros de la Biblioteca Vigil, terminaron en la hoguera, de la misma forma que en estos días terminaron quemados los libros de la biblioteca de la Universidad de Oriente de Venezuela.

Se prohibió “Rayuela”, de Julio Cortázar; “Bomarzo”, de Mujica Laínez; “Boquitas Pintadas”, de Manuel Puig. Destino parecido corrieron películas como “La Tregua”, “La Patagonia rebelde”, “La última tentación de Cristo”; y un programa humorístico como “Tato, la leyenda continúa” censurado por la jueza Servini de Cubría.

Muchos hombres y mujeres de la política, de la cultura, de la universidad pública argentina tuvieron que exiliarse a causa de nuestras fatales dictaduras por pensar diferente. 

Nada más oportuno para recordar en estos debates, al escritor y filósofo francés Voltaire, a quien se le atribuye la siguiente frase:

“No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero voy a defender a muerte su derecho de decirlo”.

En estos días hemos recibido aplausos e insultos; felicitaciones y descalificaciones personales e institucionales; todos lo sabemos, pero lo importante es estar convencido que el problema no es “cuantos a favor y cuantos en contra”; es decir, en este tema el problema no es la cantidad sino la calidad.

La pregunta que queda entonces ¿en qué medida este debate sirvió para mejorar la calidad democrática de nuestra sociedad?

Con todo respeto digo que los profesores de derecho, más que nunca estamos compelidos a detenernos a pensar con mayor detenimiento acerca del significado del texto constitucional.

¿Qué nos quiere decir la Constitución cuando nos señala que todos los que habitamos en esta Nación tenemos el derecho de publicar las ideas por la prensa sin censura previa? 

¿Qué nos quiere decir la Convención Americana sobre Derecho Humanos cuando nos señala que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento y de expresión y que ese derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras?

Difícilmente la facultad hubiera organizado una conferencia con el juez Moro, pero cuando aparece la censura, deben aparecer nuestras convicciones y principios democráticos, republicanos y constitucionales. 

Todos sabemos que organizar no es lo mismo que coincidir, ni mucho menos auspiciar. En el ámbito universitario, auspiciar significa anunciar los espacios para los consensos y disensos que toda democracia necesita indefectiblemente.

De ninguna manera este episodio con el juez Moro en la facultad de derecho de la UBA empaña su larga trayectoria institucional por la defensa de los más sublimes valores democráticos y republicanos. Conocemos a su decano, a todo su equipo de gestión y a muchas de las profesoras y profesores, graduadas y graduados de dicha Casa de Estudios comprometidos con nuestra democracia constitucional de derecho. Todos los que alguna vez hemos ingresado a ese hermoso edificio sobre Av. Figueroa Alcorta, hemos sentido una sana envidia y admiración a la vez por todos los presidentes constitucionales de nuestra historia que pasaron por sus aulas. Nuestro respeto y admiración por la segunda facultad de derecho más antigua del país, sigue intacta.

Dentro de unos días estaremos celebrando un aniversario más de la reforma universitaria de 1918, sería muy importante que todos los reformistas de nuestra Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, y especialmente los estudiantes, honremos aquellas centenarias luchas estudiantiles con un gran abrazo simbólico a nuestro histórico edificio, para garantizar el ingreso sin restricción alguna de la profesora Elena Highton, del profesor Carlos Rosenkrantz y del profesor Horacio Rosatti para que puedan, en honor a la libertad y al pluralismo, expresar sus ideas sin que nadie se los impida.

Para finalizar, solo deseo que este debate haya servido para que los profesores y profesoras de derecho, jueces y juezas, abogados y abogadas hayamos comprendido la imperiosa necesidad de sumar más intérpretes de nuestro texto constitucional.

Principalmente para hacer efectiva aquella extraordinaria reflexión del reconocido lingüista, filósofo y politólogo del Instituto Tecnológico de Massachusetts Avram Noam Chomsky, quien dijo:

“Si no creemos en la libertad de expresión de quienes despreciamos, no creemos en ella”.

 

 

Javier Francisco Aga
Decano
Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales | UNL